jueves, 21 de abril de 2011

Electrizante

Y allí estaba yo. Mi paso era monótono, lento pero constante; andaba todo lo rápido que mis grilletes me lo permitían, y todo lo lento que los guardias a mi espalda me dejaban. Ese olor a sudor, mugre, sangre reseca, metal oxidado y sobretodo esa humedad cerrada a la que años antes me había acostumbrado, volvió a mi nariz provocando una sonrisa. Es increible lo que una sonrisa puede provocar en un pasillo lleno de presos pegados a los barrotes y espectantes ante la presencia de un condenado a muerte. Como una ola de rugidos de tigres y aullidos de lobos famelicamente agresivos, sus vítores de animo y confraternidad se extendieron a lo largo y ancho de toda la prisión. ¿Que cuál es mi condena? Asesiné a todos los miembros de la comisaria de mi ciudad.
Ese recuerdo me hizo sonreir aún más. Sí, los maté. Se lo merecían, eran unos corruptos que se quedaron impasivos ante una mafia que por accidente acabó con mi mujer. Ellos no hicieron nada porque les sobornaron y echaron tierra al asunto. Estoy contento de morir habiendo vengado su muerte.
Llegamos a la puerta detras de la cual me esperaba una silla de metal y y unos 10.000 voltios. Bueno por lo menos será rápido, unos 2 segundos de dolor. Me senté. Me pusieron unas correas. Me quitaron los grilletes. Me pusieron unos electrodos y me preguntaron si quería una ultima petición.
Sonreí y dije con todas mis fuerzas "¡COMEME LA POYA!"
Al instante senti una brutal corriente recorriéndome el cerebro y la columna vertebral. Mi sistema nervioso al completo se llenó de energía, mis neuronas empezaron a traer a una velocidad inusitada recuerdos de toda mi vida, más en concreto de mi amada. Su sonrisa, su pelo negro, largo y suave, su aroma a vainilla que tánto me gustaba al despertarme a su lado. Un segundo despues todos mis músculos se tensaron hasta desgarrarse o luxar la articulación a la que se unían y mi corazón se paró.

martes, 5 de abril de 2011

un pacto con la muerte

Si os dijera que la muerte existe me tomaríais por loco, pues hacedlo. Existe la muerte, la parca, la moria... y no lleva guadaña, ni túnica negra, ni es un esqueleto, ni es vieja. Es joven, la mujer más bella que existe, tez pálida y de una suavidad inhumana, estatura media y pelo largo y rojo. Pero hay algo que sí lleva, un reloj de arena.
La conocí de una manera extraña para ser ella, en un bar. La invité a un trago y ella dijo que hacerle la pelota al jefe nunca dio buenos resultados. Hablamos toda la noche y me parecio de lo mas agradable, pero sus ojos denotaban profunda tristeza.
Salimos del bary llegamos, sin saber por qué, a un oscuro callejón. Entonces alzó en su mano un reloj de arena.
-Hola, soy La Muerte, te quedan 24 horas de vida, pero como has sido bueno conmigo te propongo un trato: el tiempo que decidas acortar tu vida sera el que se alargara en la persona que ames.
-Acepto... quiero morir ya.
-De acuerdo.
Se acercó y me besó.
Fue un beso normal, pero poco a poco me empecé a sentir débil. Mis piernas se entumecieron, temblaron y caí de rodillas. Entonces algo empezo a pasar de mi boca a la suya, algo cálido y pastoso, denso pero suave... mi vida. El entumecimiento se extendió y comenzó el frío. Pronto quedé tumbado mientras gota a gota mi vida salía de mi y me abandonaba. Entonces escuché un potente y sonoro latido. El último.